Vengo de ver una copia nuevecita de Tiburón (Jaws), y me lo he pasado pipa. Conozco bien la película, así que iba por el gustazo de verla en pantalla grande. Con lo que no contaba es con la reacción del público. Al principio se escucharon un par de risitas, en cuanto la música que acompaña al escualo empezó a sonar. El público parecía lleno de veinteañeros que creían que se iban a reír de una película de miedo vieja. Pero enseguida se apagaron las risitas, y empezaron las reacciones de alarma y tensión. El susto mayor de esta película (si la habéis visto seguro que os acordáis) ha hecho gritar a toda la sala. Treinta y cinco años después, Tiburón sigue en plena forma.
Sigo pensando que es una de las mejores películas de Spielberg (y los sustos que se ha llevado la sala lo demuestran). El tiburón es una fuerza imparable de la naturaleza, que ni los pescadores ni los científicos ni las autoridades entienden. Aunque tiene unos pocos sustos, es una película de terror que te va atrapando poco a poco; los efectos especiales no han envejecido porque están basados en la mejor tecnología del mundo: la imaginación del espectador. Se muestra muy poco, dejando que nos imaginemos muchos de los momentos más sangrientos. Esto, más un guión sólido con personajes bien construidos (algo relativamente escaso en la mayoría de las películas de terror), y un montaje que funciona como un reloj al ritmo de la inconfundible música de John Williams (que es algo más que el chun-chun que todo el mundo conoce).
No perdáis la ocasión de ver Tiburón si la ponen en la tele o en DVD. Es una película perfecta para el verano, acompañada de palomitas y un buen refresco. Por mi parte, en tres semanas me voy unos días a la playa a la puntita de Cape Cod, que es la zona donde tiene lugar la película (se rodó en la isla de Martha's Vineyard, yo estaré más al norte). Tendré cuidado y me volveré a la arena en cuanto vea una aleta asomando.
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