lunes, 15 de abril de 2013

Trance: Danny Boyle vuelve a sus orígenes


Danny Boyle es una de mis debilidades cinéfilas, en parte porque sus dos primeras películas tienen lugar en Edimburgo, una ciudad a la que le tengo tremendo cariño, y en parte porque es uno de los pocos directores que saben utilizar el estilo de los videoclips para contar una historia. Creía que con el oscar se me iba a achaparrar y hacer películas noñas, pero ya demostró que no iba a ser el caso con 127 horas (2013). Con Trance (2013) se vuelve a reunir con el guionista John Hodge, autor de los guiones de sus cuatro primeras películas, y vuelve a rodar en Reino Unido. Y para mi deleite personal, el protagonista (James McAvoy) vuelve a tener acento escocés.

La película también me daba buena espina, porque además de Hodge, el co-guionista y autor de la historia es Joe Ahearne, guionista de los mejores episodios de Doctor Who con Christopher Eccleston. El tráiler de la película tiene un aire psicodélico que recuerda a los viajes de Trainspotting (1996) y el surrealismo de Una Historia Diferente / Vida sin Reglas (A Life Less Ordinary, 1997). 


La premisa de utilizar la hipnosis para recordar los detalles del robo de un cuadro podría haberse desarrollado como si fuera una película televisiva a la hora de la siesta. Pero no. Trance es la (relativa) sorpresa más agradable que me ha dado una pantalla de cine en los últimos meses. La manida frasecita de "nada es lo que parece, uuuuh" está estupendamente llevada, gracias al soberbio reparto, McAvoy, Vincent Cassel y Rosario Dawson, que podría sostener la película ella solita. 

Los primeros minutos de la película dan la impresión de que el protagonista es un primo de Renton, el protagonista de Trainspotting, con la cínica narración en primera persona que nos prepara para el resto de la película. Desde el momento en el que aparece Dawson, el estilo visual toma tintes surrealistas y la trama se complica. Hacia la mitad de la película empecé a preocuparme por cómo se resolvería el meollo, temerosa de que todo se explicara de manera peregrina como al final de Psicosis (Psycho, 1960). Pero la trama está en excelentes manos, y se resuelve a ritmo de la música de Underworld de tal manera que Philip K. Dick estaría orgulloso.

Aunque a algunos el argumento les ha parecido demasiado complicado, y los hay que no soportan el estilo videoclipero de Boyle. El cóctel de Boyle haciendo una película de suspense con tintes de pseudo-ciencia ficción alegra a mis pupilas y tímpanos cinéfilos.