Le tenía muchas ganas a la película de Tomas Alfredson, con un reparto sacado de mi lista de actores favoritos, a saber: Gary Oldman es George Smiley, acompañado de Tom Hardy, Benedict Cumberbatch, y Colin Firth entre otros. Recibida con muy buenas críticas, se veía muy prometedora, y los tweets de gente que ya la había visto destilaban entusiasmo. Un amigo mío, sin embargo, disentía violentamente con los críticos. Y después de verla, tengo que estar más con mi amigo que con la crítica: El Topo (Tinker, Taylor, Soldier Spy, 2011) es una película gélida, maravillosamente ambientada, con actores fantásticos, pero un guión un tanto patoso.
Esta nueva adaptación de la novela de John LeCarré (ya había sido una miniserie televisiva en los 70 con Alec Guinness) confía en el carisma de sus actores para crear los personajes. Supongo que siempre es un tema delicado el intentar la caracterización de un espía, quien precisamente vive de aparentar quien no es. Por un lado hay un problema de cantidad: los personajes se acumulan sin dar tiempo a conocerlos. También se resiente la calidad: el guión no nos da mucho a lo que agarrarnos
emocionalmente, y cuesta empatizar con el repertorio que se pasea por
las oficinas del MI6. Los actores resuelven la papeleta hasta cierto punto, porque parecen conocer a los personajes que interpreta. Pero esto no quita el aire gélido de la historia, y no es precisamente porque tenga lugar durante la Guerra Fría.
Esto resulta aún más evidente cuando aparecen dos personajes específicos: Kathy Burke, que ha envejecido muy mal, es la cansada voz de la razón, y la primera que se preocupa por Smiley a nivel personal. El remate llega el momento en el que Tom Hardy aparece en escena: en cuestión de un minuto, proporciona la emoción y la empatía que el resto de los personajes nos habían negado hasta ese momento, porque parece el único ser humano. (No me canso de repetirlo: ¡qué estupendo es Tom Hardy le pongan lo que le pongan!)
A los problemas derivados del amplio reparto se añade un argumento complicado, probablemente derivado de la novela (que no he leído). Si estamos hablando de una historia de espionaje (del de verdad, no las
fantasías de acción a lo James Bond), se necesita un guión sólido, dónde se sepa quién es quién, de dónde viene la información y, sobre todo, por qué es importante. Al principio la intriga se sostiene con la trama, pero hacia el final con tanto nombre, pseudónimo, engaño, oficinas, información, países, cuando se descubre quién es el topo, no se sabe de dónde ha salido. (Cuidadín, el resto del párrafo frase destripa la película, seleccionad el texto por vuestra cuenta y riesgo). No hace falta ser un espía al más alto nivel para darse cuenta de que el culpable es el que más parecía ser una mala persona y es un traidor fuera de su trabajo. Lo que me llama la atención de la historia es cómo las claves de todo parecen tenerlas los personajes femeninos, pero son todas secundarias, y sin poder influir en los acontecimientos). La cara de una de ellas se oculta deliberadamente, y aún no sé si es porque se la quiere dejar de lado, o para indicar que es un peón más de la complicada partida de ajedrez.
Por otro lado, la película es un regalo a los ojos y los oídos. La película clava el look de los 70, como si se hubieran metido en una máquina del tiempo; Alberto Iglesias trae con su música el suspense que la enrevesada trama deja escapar por sus rendijas. Y ver a tanto actorazo junto siempre es un regalo, aunque un guión mejor hubiera permitido sacarles más partido. Lo mejor, el montaje final, a ritmo de Julio Iglesias masacrando "La Mer" en francés.
1 comentario:
Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!
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