Los protagonistas son Juan Miranda (Rod Seiger), el líder de una banda de bandidos compuesta por sus hijos y su padre, y Seán Mallory (James Coburn), un terrorista irlandés experto en dinamita. Si los personajes de los spaghetti westerns de Leone eran ambiguos, aquí tenemos a dos tipos quienes resulta algo difícil calificar de héroes. Miranda es un cobarde que sólo piensa en su propio provecho, que ignora que en su país está en medio de una revolución, mientras que Mallory es un fugitivo que ha acabado en una revolución distinta a la suya. Ninguno de los dos me resultaron particularmente simpáticos (particularmente Miranda), pero a medida que la película nos deja conocer a los personajes más, conseguí entenderles, sin que realmente se rediman. Mientras que se puede adivinar lo que motiva a Miranda, el personaje de James Coburn es un héroe romántico, ambiguo y oscuro; parece que ya no tiene nada que perder, y se apunta a luchar en la revolución de otros, porque la suya no le salió muy bien. (Y nadie le ha sacado partido a la cara de Coburn mejor que Leone.)
Lo más fascinante de ¡Agáchate, Maldito! es su interpretación de lo que es una revolución.
La revolución, la revolución. Yo sé muy bien cómo empieza. Llega un tío que sabe leer libros, y va donde están los que no saben leer libros, que son los pobres, y les dice: "¡Ha llegado el momento de cambiar todo, aquí hay que haber un cambio!." Y los pobres van y hacen el cambio. Luego, los más vivos de los que leen libros se sientan alrededor de una mesa, y hablan y comen, hablan, hablan y comen, y mientras ¿qué fue de los pobres diablos? Todos muertos.
Pero la película nos cuenta la historia paralela a lo que describe Miranda: los intelectuales (como Mallory o el doctor Viega) ciertamente la organizan y facilitan , pero la revolución en realidad no es una lucha de ideales, sino una serie de luchas individuales, con motivaciones personales. Miranda es un héroe por accidente, sus "hazañas" son actos egoístas que da la casualidad que benefician a la revolución de Emiliano Zapata. La revolución también es una serie de desigualdades: en los enfrentamientos no vemos ninguna batalla, sino un bando masacrando al otro, que apenas tiene oportunidad para la defensa.
También tenemos en esta película un Leone que experimenta con la cámara incluso más de lo habitual, con zooms setenteros, y cámara lenta en unos flashback oníricos; Enno Morricone cumple con creces con una banda sonora evocadora que parece revelar lo que piensan los personajes. Las explosiones en la película, que sirven para demostrar la habilida de Mallory como dinamitero, son espectaculares aún hoy (ya las querría el lelo de Michael Bay para sí). Y el México de Leone, como en otras ocasiones, se parece muy sospechosamente al desierto de Almería y a la sierra de Burgos.